

POSDATA Press | Argentina

El duende de la Facultad trazó la primera línea de este libro al ser quien me inspiró. Llueve torrencialmente, pero eso no impidió que mi día sea inmortal. Tenía que salir, a pesar del clima, rogando poder pasar por las calles y que no se inunden. Me levanté soñando, quizás el duende de la Facultad me estaba palpando. Soñaba que los niños en un bosque muy verde jugaban en libertad... Me lavé la cara y salí hacia la casa de mamá, la lluvia calmó y parecía salir el sol. Las calles están tan rotas que tuve que desviar unas cuadras; ignoré la situación cantando.
Un elemento más. Una de mis poesías hecha canción. _¡Es tan placentera! Que la transformé en mi canción favorita. (Un mantra) La canto escuchando mi interior, sin dejar de prestar atención al camino. (pozos y lomas de burro que te hacen saltar) _¿Me parece que mejor eran las calles de tierra? Pienso en aquellos tiempos, cuando jugaban a la pelota en ella y se sentía el grito de ¡autooooo! El que muy despacio pasaba dejando una polvareda en el lugar. ¡Cuántos años pasaron! Todo cambió.
La casa donde viví mi niñez y adolescencia... Tierra de potreros de niños con grandes sueños, donde las calles eran el lugar perfecto para jugar a la pelota, a las escondidas, a la soga, al Viji ladrón, al 1,2,3 cigarrillo 43. _¡Cuánta nostalgia!...
Mis padres llegaron desde la Provincia de Chaco a Lomas de Zamora hace más de 60 años. Todo ha cambiado... La gente, el barrio. Después de la pandemia, los adolescentes se adentraron, atados a un cordón digital.
Falta poco para llegar a Fiorito, donde pasé mi niñez hasta la adolescencia. Hoy sigo frecuentando el barrio; ya no reconozco a los adolescentes de allí, pero sí a los abuelos que aún están, como así también mi mamá. Ella crió a sus 7 hijos allí, con tanto amor, que hoy no dejo de valorarlo.
Sigo cantando mi canción favorita. En un semáforo me encuentro con el señor de las estampitas para ayudar; se pone insiste...— ¿Si este señor supiera a dónde voy y la necesidad que voy a cubrir? —¡Y bueno! Quizás él algún día me podrá ayudar. Sin dudar, tomo una estampita para contribuir y sigo mi camino. A metros, otro muchacho haciendo piruetas.
El viaje se convierte en un paseo, donde cada semáforo es una escala, es una reflexión para pensar. Un niño toca mi ventanilla ofreciéndome pañuelitos descartables... Más adelante, un señor me pide limpiar los vidrios del auto. Le dije que no. Y me los limpió igual. Ya no tenía dinero para dar. Con reverencia, aceptó mis disculpas y me entregó una tarjeta donde ofrecía su oficio de electricista matriculado.
Falta poco para llegar, cuánta tristeza... Sigo cantando para recuperarme. Debo llegar fuerte a casa de mamá; ella me espera sentada bajo su parra, con la mirada fija al portón, junto a mi hermano con discapacidad.
En el camino voy mirando si veo al vendedor de frutas; quiero comprar naranjas para llevar. Las bolsas de papas hacen una imagen un poco rural, sobre el borde del cordón. Más allá, los maples de huevos y las tortillas a la parrilla ¡Uuuh, qué ricas! Ese aroma que no podés dejar pasar, sin llevarte una para el mate.
De repente se siente un clima familiar. Recuerdo la olla negra gigante sobre las leñas y a mamá haciendo la grasa casera para todos aquellos vendedores de tortillas ¡grasa de pella! ¿Cómo estarán hechas? ¿Serán con grasa de pella? Me llevo una para probar y compartirla.
No veo al señor de las naranjas y sigo camino. Falta poco, dije. Encuentro las calles cortadas otra vez. Bueno, esta vez es por obras en el lugar. ¿Se vendrá alguna fecha especial? Me vuelvo a desviar.
Si venía caminando llegaba más rápido quizás, pero bendigo mi autito que con mucho sacrificio me lo pude comprar y ahora lo necesito tanto para la recorrida de cada día.
El desvío me hace pasar por la estación de Fiorito. Bajo la velocidad, voy despacio, observando los paredones todos pintados de celeste, con la imagen del Diego con su pelota ¡un ídolo! Aun así, sentí un vacío... La estación donde el tren era el medio de transporte para muchos ya no está. Hay ferias y parrillas, venta de tortillas sobre las vías.
Sigo recorriendo, nostálgico recuerdo. El puente negro... allí estaba. Ese puente que un día me desafió, y me atreví a pasar caminando sobre esos gruesos durmientes de madera. Todavía siento el viento del tren pasar a mis espaldas, cuando me tuve que correr, agarrándome fuerte de los hierros del costado.
Caminar por los rieles haciendo equilibrio, sentir la bocina del tren y correrte dándole paso. ¡Qué travesura tan inconsciente... tan inocente! (reflexiono) Un ángel, quizás un duende me cuidó.
Sin darme cuenta estoy pasando de un portal al otro, como dice mi amiga... Al fin llego a la casa de mamá, después de saludar a la vecina de la esquina. No importa la hora, allí está en la puerta para saludarme. Una de las pocas señoras de aquellos tiempos, amiga de mi madre y tan servicial.
Estaciono un poco en diagonal para dejar pasar. Miro hacia dentro y allí está mi madre con mi hermano, esperándome. Él sale como tiro a pedirme cigarrillos. Ella recién reacciona cuando le doy un abrazo; andá a saber en qué estaba pensando.
Saco la tortilla y ambos con felicidad. ¿Preparamos unos mates? —dice mamá. Mientras bajo unas reservas, me da unos amargos, luego pone un chamamé para escuchar. La música se mezcla con el reguetón de algún vecino, que está a todo lo que da. La conversación es poca, solo queda escuchar y reír para no generar malestar.
Después de unas horas tengo que volver. Me da miedo andar por la noche sola manejando. Una vez pinché el neumático frente a una plaza; yo tratando de cambiarlo, los hombres pasaban sin preguntar ni siquiera si necesitaba ayuda. La gente está tan apurada, se perdieron muchas cosas...
Recuerdo cuando a mi papá se le quedaba el rastrojero dos por tres y los pibes de la esquina venían rápido a empujar ¡ni siquiera los tenías que llamar! Qué gratificante cuando arrancaba y un grito ¡uuuujuuuu gracias! sonaba en el aire, y la mano de mi papá saludando por la ventanilla. Y ellos, con una sonrisa, respondían caminando hacia la esquina ¡eran los chicos fuertes!
Ahora... ¿dónde está esa juventud? Perdidos por las noches quizás... Perdidos como: (Tormentas de arena en una vida plena. Sus ojos que miran sin saber dónde van...)
Es otra parte de un poema que escribí y la hice canción, titulada El Techo. (Todo se transforma)
El duende aparece y me lleva de un presente a un pasado no tan lejano. OTRO DÍA EN EL CONURBANO
Hoy voy a nadar, es algo que me gusta y le hace bien a mi columna vertebral, el deporte que me salvó de casi no poder caminar. Hoy es mi prioridad. Actividades como esta, y otras, son salud, son bienestar. Siempre digo que Deporte, Educación y Salud van de la mano.
Muchos creen que el Conurbano es miseria, drogas, chorros y nada más. Recuerdo una de esas visitas a un pueblo donde en el aire se respira ese aroma a verde tan especial. ¡Me gusta esa cosa de campo!
La gerente con ese tiempo para conversar. Me preguntaron: ¿De dónde viene? Les dije: Del Conurbano. ¡Movidito ese lugar! Asintió, con asombro, el paisano y como queriendo escapar.
Casi que me dio vergüenza, vergüenza ajena... Pero le atiné a contestar: ¡MOVIDITO, SÍ SEÑOR! ASÍ ES ESE LUGAR, CON MUCHA ADRENALINA, SOLO HAY QUE SABER SURFEAR.
En una villa me crié, cuando Fiorito era villa, de gente con dignidad, laburante y de respeto... Siempre existió aquel, no lo voy a negar, el que fácil ha de trepar, como en cualquier lugar.
Conocí gente que con dos hierros hizo mancuernas sin saber soldar... para salir adelante y progresar. Otros que los hierros usaron para matar, para robar...
Andar con mucho cuidado hoy se requiere en el lugar. Las ventanas se han cerrado con rejas y nos empezamos a acostumbrar, a ser un centro de monitoreo y tenerlo como canal. Es la ventana de la abuela para poder chusmear.
Las veredas solitarias, las sillas ya no se sacan, todo ha cambiado en el lugar. Hasta da miedo si un desconocido se acerca para saludar...
La vida en el Conurbano parece moda que se hace viral. Hasta lo escucho: un paisano que aterrado está. ¡Cambian las etiquetas, y la vida sigue igual! Parece que nada es real...
Aquí estoy. Si algún día decide, por esos pagos, surfear, solo le pido: lleve un lápiz de equipaje y ganas de trabajar.


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