El guardián del tango: el hombre que encuaderna el alma de su padre en el alma

Mate y veneno24/11/2025 José Luis Ortiz Güell
  

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POSDATA Press | Argentina


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Por José Luis Ortiz Güell


Hay duelos que no se superan, se custodian. Hay amores que no se apagan, se archivan. En la penumbra de una casa, entre el polvo de los años y el silencio que deja un adiós, un hombre con algunas decadas a sus espaldas,  libra una batalla callada contra el olvido. Su nombre es Roberto Emilio Goyeneche, y su misión sagrada es mantener viva la voz de su padre, Roberto Goyeneche, “El Polaco”, el mito inmortal del tango cuya garganta fue un susurro ronco y un grito desgarrado para millones de almas.

Esta no es una historia sobre la fama. Es una historia sobre la herencia. La que no se mide en dinero, sino en memoria.

“Esto es un desastre”, dice Roberto hijo, con una voz quebrada por el peso de décadas de recuerdos. Sus ojos, cansados y húmedos, recorren las pilas de cajas de cartón que llenan la habitación. Pero el que mira con el corazón ve la verdad: esto no es un desastre. Es el museo del alma de un ídolo.

Cada caja es un capítulo de una epopeya argentina. En una, las letras manuscritas de los tangos que su padre hizo suyos, como “Balada para un loco” de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer, himnos que revolucionaron el género. En otra, fotografías que congelan instantes de gloria: “El Polaco” en el escenario del Caño 14, su reino indiscutido, con ese gesto de entrega total, con los ojos cerrados, bebiendo la esencia de la música.

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Foto: Roberto Goyeneche (Hijo) 

Roberto hijo abre una caja con la solemnidad de quien desenvuelve una reliquia. Surge un vestido azul celeste. “Era de mi madre”, susurra, acariciando la tela con manos que aún buscan el calor de un recuerdo. Lo huele, y por un instante, es como si el perfume de ella persistiera, entrelazado con el eco de la voz de su padre. Aquí, el amor familiar y el amor por el tango son la misma cuerda que vibra.

Roberto Goyeneche, “El Polaco”, no fue solo un cantante; fue un alquimista emocional. Con su fraseo único, su capacidad para respirar la música donde otros solo la cantaban, convirtió cada tango en una confesión íntima. Nacido en Saavedra, Buenos Aires, en 1926, su leyenda se forjó a base de autenticidad. No tenía la voz educada de un conservatorio; tenía la voz de la calle, de las milongas, de las noches largas y el desamor. Era el cantor del pueblo, y su hijo lo sabe.

“Mi padre era un hombre simple”, cuenta Roberto Emilio, y en esa simpleza reside la grandeza. “Lo que vivía, lo cantaba”. Y ahora, su hijo vive para que esa verdad no se pierda. No colecciona objetos; preserva esencias. Un par de zapatos gastados, un abrigo que aún guarda la forma de sus hombros, las cartas de admiradores de todo el mundo… Cada ítem es un órgano vital del cuerpo musical que fue su padre.

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Foto: Roberto Goyeneche (Hijo) 

Y entonces llega la confesión que atraviesa el alma y que todo lo explica. Con los ojos anegados, Roberto hijo revela el motor de su obstinada tarea: “Si tiro estas cosas… es como si lo tirara a él otra vez.”

La frase, simple y devastadora, es el núcleo de esta historia. No es apego a lo material. Es terror a una segunda muerte, la del olvido. En una era de cultura desechable, este hombre octogenario se erige como el último bastión de una memoria cultural invaluable. Su lucha no es solo personal; es universal. Es la lucha de todos los hijos que temen que el mundo olvide a sus padres. Es la lucha de una nación por no dejar que se apague la música que la define.

La historia de Roberto Emilio Goyeneche no es triste. Es profundamente inspiradora. Es un recordatorio de que el amor verdadero es el que perdura cuando el objeto de ese amor se ha esfumado. Nos obliga a reflexionar: ¿Qué estamos haciendo nosotros para honrar el legado de quienes nos precedieron?

En un mundo de relaciones efímeras, la terquedad de este hombre por mantener vivo el tango a través de los objetos de su padre es un acto de resistencia. Es la “obstinada y hermosa locura de seguir amando en la más absoluta soledad”.

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Foto: Roberto Goyeneche (Hijo) 

Al cerrar la puerta de esa habitación, Roberto no se encierra en la oscuridad. Se queda custodiando la luz. La luz de “El Polaco”, la luz del tango, la luz de un amor filial que se niega a dar el último adiós.

Su historia es un llamado a recordar. A valorar. A no dejar que el viento del tiempo se lleve las voces que nos hicieron quienes somos. Porque, como bien enseña este guardián silencioso, la única manera de vencer a la muerte no es con monumentos de mármol, sino con la terquedad del recuerdo.

Y en ese recuerdo, Roberto Goyeneche, “El Polaco”, no ha dejado de cantar.

 


Fotografías: gentileza de Roberto Goyeneche (hijo)


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