Entrevista a María Folgueira: La voz que desnuda el alma tras las pasarelas y los escenarios

Mate y veneno07/17/2025 José Luis Ortiz Güell
  

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POSDATA Press| Argentina


Jose Luis Ortiz Guell

Por José Luis Ortiz Güell


Hay personas que brillan con luz propia, no solo por su talento, sino por la autenticidad que emana de su ser. María Folgueira no es solo una voz prodigiosa que ha conquistado escenarios, ni únicamente una modelo que ha desfilado para los grandes nombres de la moda internacional. Es, ante todo, una mujer que ha sabido navegar entre la perfección de las pasarelas y la vulnerabilidad de las emociones, entre los focos deslumbrantes y la intimidad de su verdad.

Hoy, nos adentramos en su mundo, más allá de las portadas y los aplausos. Hoy, descubrimos a la María que late detrás del arte, la que sueña, la que cae y se levanta, la que convierte cada canción en un pedazo de su alma y cada paso en un acto de valentía.

María, tu vida es un caleidoscopio de arte: música, moda, imagen… Pero, ¿quién es María Folgueira cuando se quita el micrófono y se aleja de las cámaras?

—Soy como el mar: días de calma serena y días de olas inquietas. No pretendo ser perfecta, porque la perfección es una ilusión, pero sí auténtica en cada paso que doy. Tengo mis días buenos, esos en los que todo fluye con la claridad del amanecer, y también mis días malos, en los que la tormenta parece no querer pasar. Pero es justo ahí, en esa humanidad frágil y resistente a la vez, donde encuentro mi fuerza.

No soy una figura tallada en mármol, sino una persona de carne y hueso que se atreve a reír fuerte, a equivocarse, a levantarse… y a veces, incluso, a dejar que las lágrimas dibujen su propio camino. Porque la verdadera profesionalidad no está en ocultar las grietas, sino en saber que incluso a través de ellas se filtra la luz.

Si algo he aprendido, es que la sencillez no es sinónimo de pequeñez. Al contrario: es la elegancia de quienes conocen su valor sin necesidad de alardear, de quienes construyen su legado no con grandilocuentes discursos, sino con acciones que reverberan en el tiempo. Por eso, cuando me preguntan quién soy, respondo con orgullo: una trabajadora incansable, una soñadora práctica y, sobre todo, una mujer que elige ser fiel a sí misma… incluso cuando el mundo le pide que lleve máscaras.

 Has desfilado para destacados diseñadores. En esas pasarelas, ¿qué se siente al ser el centro de miradas que juzgan cada paso? ¿Hubo algún momento en que la inseguridad te ganó?

—Los 'no' duelen. Te los dicen al principio, te los siguen diciendo después, y a veces, incluso cuando crees que ya nada puede tumbarte, llega uno que te sacude por dentro. Pero he aprendido algo: los rechazos no son sólo piedras en el camino, son el camino. Cada uno me ha enseñado a parar, respirar y recordar algo clave: en este negocio, no se trata de gustar, sino de ser.
Sí, es difícil. ¿Aceptarse cuando otros te señalan con el dedo? ¿Quererse cuando te hacen sentir que no encajas? Es una batalla. Pero con el tiempo entendí que la verdadera libertad está en dejar de pedir permiso para existir. Porque esto no es un concurso de popularidad: es arte, es negocio, es vida. Y en la vida, lo único insoportable no es que te rechacen… es que tú mismo te traiciones por miedo a que lo hagan.

Así que aquí estoy: cicatrices, sí, pero también orgullo. Porque cada 'no' que no me rompió, me hizo más fuerte. Porque hoy prefiero ser yo y que sobren algunos, a ser una versión falsa y que sobre mi esencia. Al final, los que triunfan no son los perfectos, sino los que se atrevieron a seguir de pie, auténticos, incluso cuando el mundo les gritaba que se rindieran.

 La música es emocion pura. Cuando cantas, ¿qué heridas o alegrías de tu vida resuenan en tus canciones? ¿Hay alguna que te cueste interpretar porque te toca demasiado adentro?

—La música de orquesta es un huracán de alegría, un vendaval de fiesta que levanta al público del asiento... pero detrás de cada trompeta que estalla y cada percusión que retumba, hay un corazón que late. Yo soy ese corazón.

Cuando canto 'esa' canción que todos corean con una cerveza en la mano, algunos ven sólo diversión. Pero yo siento cada palabra. Las letras, incluso las más festivas, son historias disfrazadas de ritmo. Una canción sobre desamor que hace bailar a miles, para mí es un nudo en la garganta que transformo en energía. Un tema bailable sobre alegrías pasajeras, a veces me sabe a melancolía vestida de esperanza.

No es contradicción: es humanidad. Porque el verdadero artista no reproduce emociones, las vive. Y cuando subo al escenario, llevo conmigo esa paradoja hermosa: ser la conductora de la fiesta ajena mientras navego mis propios sentimientos. Es mi superpoder: convertir lo personal en universal, y hacer que hasta la pena más íntima suene a celebración cuando la canto con el alma.

Al final, quizá esa sea la magia: que mientras el público baila sin pensar, alguien en primera fila mira a los ojos y por un instante, reconoce en mi voz eso que no se atreve a decir. Y entonces la fiesta se vuelve catarsis

Ser imagen de marcas importantes implica perfección. Pero, ¿qué “imperfecciones” tuyas abrazas con más cariño y por qué?

—Si tuviera una varita mágica, ¿qué cambiaría? Muchas cosas, sin duda. Pero hay algo que nunca tocaría: esa intensidad que llevo tatuada en el alma y que a veces asusta hasta a mí misma. ¡Ja! Es mi sello, mi maldición y mi don al mismo tiempo.

Soy como un volcán en permanente erupción: cuando amo, es con todo; cuando canto, quemo el escenario; cuando vivo, lo hago a contrarreloj. Sí, esta pasión desbordada me ha traído algún que otro dolor de cabeza -quien diga lo contrario miente-, pero también es el motor que ha convertido mis sueños en realidad.

A estas alturas, ya hice las paces con mi esencia. Entendí que no podemos editar nuestro carácter como si fuera un simple filtro de Instagram. Hay cosas que vienen de fábrica, como el color de mis ojos o esta forma visceral de enfrentar la vida. ¿Que a veces es demasiado? Puede ser. Pero prefiero mil veces ser 'demasiado' yo que una versión diluida, políticamente correcta, de quien realmente soy.

Al final, lo que algunos llaman 'exceso', yo lo llamo autenticidad. Y en un mundo lleno de medias tintas, atreverse a ser intenso es casi un acto revolucionario.

 En un mundo tan competitivo, ¿cómo mantienes la calidez y la humanidad? ¿Alguna vez te tentó convertirte en una “diva” o siempre preferiste ser… María?

—La cima es una ilusión que persiguen los que necesitan banderas para sentirse importantes. Yo? Prefiero el camino. Ese sendero de tierra batida donde cada día aprendo, tropiezo y me levanto con las manos manchadas de experiencia. No soy una estrella, soy artesana. Una más del gremio que ama su oficio con la devoción de quien sabe que el verdadero maestro es eterno aprendiz.

—Hay una belleza poderosa en no considerarse 'llegado'. Cuando te quitas la corona, te liberas del peso de tener que demostrar algo. Y entonces sucede la magia: cada escenario se convierte en tu primera vez, cada canción en un descubrimiento, cada aplauso en un regalo inesperado.

Quizás por eso, cuando me preguntan por mis logros, respondo con orgullo: 'Todavía no he creado mi mejor obra'. Porque en esta profesión -como en la vida- lo extraordinario no está en la meta, sino en esa chispa que te hace seguir buscando incluso cuando nadie te mira. Ese fuego interno que no se apaga con los años... esa es mi única victoria.

 Si pudieras viajar en el tiempo, ¿qué consejo le darías a esa niña que soñaba con cantar y que hoy ha logrado tanto?

—Si pudiera darle un consejo a mi yo del pasado sería este: 'Querida, respira. Esas tormentas que hoy te quitan el sueño, mañana serán apenas brisa en tu memoria. La vida tiene una curiosa manera de poner todo en su lugar... siempre que le des tiempo al tiempo'.

Aprendí tarde pero bien: hay batallas que sólo existen en nuestra cabeza, fantasmas que alimentamos con miedos y que se desvanecen cuando nos atrevemos a encender la luz. ¿Esos juicios ajenos que tanto nos duelen? Son sólo opiniones de gente que mira el mundo con lentes distintos a los nuestros. Y créeme, nadie -absolutamente nadie- tiene el monopolio de la verdad.

Hoy sonrío cuando recuerdo cuánta energía malgasté preocupándome por lo que 'podría pasar' o por lo que 'dirían'. El secreto está en distinguir entre lo que realmente importa y lo que sólo parece importante. Porque al final, lo único que queda son los momentos en que fuiste fiel a ti misma, no los que pasaste intentando complacer expectativas ajenas.

Así que mi legado sería este: vive intensamente, pero no dramáticamente. Toma en serio tu sueños, pero no tanto las opiniones de quienes no comparten tu camino. Y sobre todo... aprende a reírte de tus propias certezas, porque la vida siempre tiene preparada una lección para quienes creen tener todas las respuestas.

 Para terminar: Cuando el último aplauso se apague y las luces se apaguen, ¿cómo te gustaría que el mundo recordara a María Folgueira?

— Me gustaría que el eco de mi nombre en los labios de quienes amé sonara a melodía cálida y sincera. Que al recordarme, sintieran ese abrazo sin palabras que sólo nace cuando entregas el alma sin condiciones. Porque si algo he hecho bien en esta vida, ha sido amar con las tripas, con ese fuego que a veces quemaba pero que siempre, siempre, iluminaba.

No aspiro a monumentos ni a homenajes grandilocuentes. Mi legado son esos instantes robados al tiempo: las risas que se colaban por la ventana a las 3 AM, las lágrimas que no juzgué, los silencios que supe acompañar. Quiero ser en su memoria ese refugio donde nunca hubo que disculparse por ser humano.

Si tuviera que resumirlo, pediría un epitafio sencillo: 'Aquí yace alguien que amó demasiado'. No el amor edulcorado de las películas, sino ese que mancha las manos de barro porque se atreve a cavar en las heridas ajenas para ayudar a sanarlas. El que permanece cuando se apagan los focos y se acaban los aplausos. Porque al final, sólo nos llevamos una cosa: la certeza de haber sido, para alguien, un puerto en medio de su tormenta.

Si Rosa Iglesias  y Eliite Women , creadora la plataforma, promociona  que la experiencia es un valor imparable, ¿qué habilidad o lección de tu trayectoria profesional después de los 30 crees que merece más reconocimiento en un mundo que a veces prioriza la juventud sobre la sabiduría?   ¿Cómo valorarías tu experiencia  en  la iniciativa de Elite Women?

—Mi trayectoria me ha enseñado que la autenticidad no se negocia. A los 20, quizás creía que adaptarme era la clave; hoy sé que mi valor está en lo que me hace única: esa intensidad que algunos llaman "exceso", pero que es simplemente la convicción de vivir y crear sin máscaras. Elite Women promueve eso: mujeres que no se disculpan por su historia, sino que la convierten en su bandera.

¿La lección que merece más reconocimiento? La resiliencia con corazón. No es solo "aguantar", es saber que cada "no" es un peldaño, cada fracaso un maestro, y que el éxito compartido —como el que impulsa esta iniciativa— siempre sabe mejor. Porque el emprendimiento no es una carrera en solitario; es una sinfonía donde cada voz cuenta.

Valoro mi participación en Elite Women como un espacio donde la experiencia se mide en conexiones, no en certificados. Donde las cicatrices se celebran porque son prueba de que seguimos en pie, y donde las mujeres aprendemos a ser faros unas para otras. Es un gran avance, sí, pero queda lo más emocionante: seguir tejiendo esta red que demuestra que, cuando levantamos juntas, el talento no tiene fecha de caducidad.

Como dice mi canción favorita: "El verdadero lujo no está en lo que se exhibe, sino en lo que se siente". Y esto —esta hermandad de sueños y sudor— es lo que sentimos cuando unimos nuestras voces.

 

María Folgueira no necesita más títulos. Su voz ya es un legado, su presencia un himno a la autenticidad. Esta entrevista no es solo un diálogo, es un viaje a las entrañas de una mujer que eligió ser verdad en un mundo de apariencias. Y al final, entre las notas de sus canciones y el eco de sus pasos en las pasarelas, queda lo imborrable: el alma de quien sabe que el verdadero lujo no está en lo que se exhibe, sino en lo que se siente.

Gracias, María, por dejarnos entrar.

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