Viur, capítulo 20: cambio de papeles

El Arca de Luis07/27/2025 Luis García Orihuela
  

_0df919aa-a895-4496-8273-9afc720e7552

POSDATA Press | Argentina


Luis García Orihuela

 Por Luis García Orihuela 



 
El mundo debía de haberse desmoronado —al menos para mí— aquella misma mañana en que ya hastiado y sin saber que hacer ante la ausencia continuada de Cursiva decidí dirigir mis pasos a la consulta del doctor Freiberg con el firme propósito de averiguar la causa de su repentina desaparición de escena. Dudé en si pasar antes de nada por la farmacia a recoger mis pastillas y luego acudir a la consulta. Debilitado tres días antes a causa de la fiebre que me había provocado la pertinaz y asidua gripe anual, no había podido salir por mis medicamentos, y convencido de que en caso de mezclarlas con la masiva ingesta de antigripales me vería afectado del estómago, había decidido dejarlo correr hasta estar repuesto fisicamente del todo. Así las cosas no lo pensé dos veces y me encaminé decidido a la consulta. Al fin y al cabo, se encontraba en la calle de atrás a la mía, un dato que siempre me pareció curioso el como, sin saberlo, había ido a dar con Freiberg después de aquella elección de candidato adecuado tan selectiva. 
De pronto, una voz grave y muy masculina inundó mi cerebro con su inesperada presencia. 
 
««¿Porqué corremos, Viur? ¿Cual es la urgencia por verme si estoy aquí? Y por cierto, ¿que hago yo aquí dentro de usted y cómo ha conseguido meterme en su distorsionado cerebro? No me diga que es un invento más de su padre. Le ruego encarecidamente si formo parte de un sueño suyo me saque de él. Deje de soñarme. No merezco este trato. No señor»». 
 
¿Como era posible pudiese estar sucediendo una cosa así? No solo había desaparecido Cursiva,  sino que el profesor Freiberg había invadido su espacio, y por ende, el mío propio. Desesperé ante dicha situación. ¿Que hacer? Ya no importaba tanto el como había sucedido, lo importante en aquel momento era averiguar como revertirlo. Así las cosas decidí encaminarme lo más rápido posible a su consulta, en la espera de encontrarle allí como tantas otras veces y siaponer de la oportunidad de contarle en detalle y en primicia todo lo que me estaba pasando. 
 
««Viur, le pido... ¡Le exijo, me libere de inmediato de esta situación absurda! ¿Me está escuchando?»». 
 
Sus palabras resonaban como si fueran martillos golpeando en múltiples yunques a un mismo tiempo. ¿Podría ser hubiera dos profesores Freiberg? Desestimé la idea. Solo imaginar dicha posibilidad era una locura que no podía permitirme. No al menos en ese crítico momento. La casa quedaba cerca de donde me encontraba. En tan solo unos minutos llamaría a la puerta y todas las dudas se disiparían como una neblina al amanecer cuando el sol despunta. 
 
Lo siguiente que recuerdo es ya cruzando la puerta de acceso a la consulta del profesor Freiberg.   No hay nada diferente y todo está igual que siempre, todo salvo una mujer rubia, despampanante, sentada con las piernas cruzadas sobre un taburete situado junto al diván en el que suelo tumbarme yo para asistir a las inquisitivas preguntas de Freiberg. Su vestido blanco y su cabello rubio como euros recién acuñados me hace recordar a Marilyn Monroe en aquel film en que guardaba su ropa interior en el congelador de un frigorífico. Su voz rompe mi recuerdo en miles de pequeños pedacitos que se quedan flotando a mí alrededor durante unos segundos para terminar por desaparecer de golpe poco después. 
 
—¿No vas a decir nada? No me digas que no me reconoces. Soy Cursiva. 
 
Su voz es sensual, distinta, quizás más cálida que cuando ella solo me habla y su presencia no tiene un aspecto físico concreto. De sus labios pintados de carmesí surge una curvatura insinuante, exigiendo una complicidad que acompaña con un guiño de sus ojos. 
 
—¿Estás ahí, Viurcito? 
 
Me quedo de piedra, o como una estatua de sal por mirar hacia donde no debería. ¿Es posible? 
 
—¿Cursiva? ¿Eres tú? 
 
—Pues claro, ¿Acaso me imaginabas de otra manera? 
 
—Pero... No es posible... Tú... 
 
—¿Yo? ¿Acaso piensas que no soy real? ¿Te parece este escultural cuerpo una mentira? Soy lo que tú quieras que sea. Y ahora mismo soy tu Norman Jeane, tú Marilyn Monroe. Si te parezco un espíritu de alguna obra de Bioy Casares, incorpóreo y difícil de creer, solo acércate y toca mi cuerpo con tus manos, soy Cursiva, Viur, tu Cursiva de siempre. 
Recuerdo miré en derredor mío, quizás esperando localizar una cámara oculta que justificara todo lo que me estaba ocurriendo. Sus depiladas cejas se arquearon incitantes, femeninas, desafiantes, y con el dedo índice me hacía señales de que me acercara hasta ella. Pensé que aquella rubia sinuosa con mas curvas que una rotonda que cruzaba sus largas piernas ante mi se tratara de una actriz contratada por alguien con algún fin poco claro hacia mi persona. Pero en el fondo era consciente de que todo aquello no podía ser real, y que aquella mujer con falda blanca por las rodillas y zapatos con mucho tacón, no podía ser real por más que yo pudiera desearlo con todas mis fuerzas. Mi pulso se aceleró como nunca antes, y mi respiración se hizo dificultosa en grado sumo, pensé entonces en dónde había dejado mis pastillas de diazepal para la ansiedad, pero sin ser capaz de recordarlo, fue entonces cuando Freiberg irrumpió en mis pensamientos. 
 
««Viur, haga algo,  ¡por Dios! Está sentada en mi sillón. Ese es mi sitio. Ella debería estar aquí, donde estoy yo, o por lo menos no estar ahí- Ese sitio me corresponde únicamente a mi»». 
 
Creo fue entonces cuando me desbordé, caí desmayado, y mi ser no dio para más. Recordé al despertar en el suelo todo lo sucedido, salvo el cómo había llegado a mi casa. La lógica me decía que si había despertado en el suelo debía de haber sufrido un colapso nervioso, una lipotimia, pero claro está, en la casa de Freiberg. No en la mía. ¿Estaría perdiendo el juicio? Como pude me levanté del suelo y fui en busca de mis pastillas anti todo. Hice un pequeño cóctel entre las de dormir y las de remitir el dolor que sentía por todo el cuerpo. Poco después, ya tumbado en mi cama, me quedaba profundamente dormido. 

Te puede interesar
Lo más visto

"Bienvenidos a nuestro universo, donde las palabras cobran vida y cada historia conecta, inspira y transforma. Gracias por unirse a Posdata, su hogar de grandes relatos."