Viur, capítulo 25: El proyecto 007

El Arca de Luis04/12/2025 Luis García Orihuela
  

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POSDATA Press | Argentina


Luis García Orihuela

Por Luis García Orihuela

 

El chirriar de los frenos de la máquina se dejó sentir por todo los compartimentos que conformaban los vagones del trayecto. Conforme fue perdiendo velocidad y, deteniéndose, dejó de oírse tan molesto ruido. Era la última parada del itinerario, y allí terminaba la vía. Los que iban en dirección al centro de la ciudad, en sentido contrario, solo tenían que esperar a que cambiase el maquinista al vagón de la parte contraria, que pasaría a ser la máquina que tiraría del resto. Estaba en el extrarradio de la ciudad, y como tantos otros días allí me había bajado. Debería de haberme subido y dado la vuelta, o mejor aún, no haber vuelto a tomar el Metro, ni ese, ni ningún otro, pero me imagino que el hábito de todos los días no es fácil de perderlo así sin más, y a sabiendas ya que no iba a la fabrica a trabajar. Había querido revivir dicho trayecto desde una nueva perspectiva.

El viento que se había levantado era molesto en grado sumo, y a parte de subirme las solapas del abrigo, poco más pude hacer para ofrecerle resistencia. Me quedé absorto mirando las edificaciones que desafiantes se alzaban ante mí, con ese saludo silencioso que todos los días me encontraba nada mas descender del vagón, como si me preguntaran por el éxito de mi viaje, o si en esta ocasión había conseguido encontrar la razón de mis continuas visitas. Al fondo, medio diluida en el paisaje por la luz de la mañana, estaba la fábrica dónde dos años atrás se construían todos los inventos que mi padre patentaba; algunos para su comercialización, en otros muchos casos se hacían pruebas y construían extraños aparatos, basándose en los diseños y detalles pormenorizados de mi padre. Solo él sabía lo que quería ,y muy pocos de sus mas allegados trabajadores eran capaces de llegar a vislumbrar su destino final, pero le eran empleados fieles, disfrutaban de unos generosos sueldos, pagas extras y vacaciones en verano. Trabajaban con ahínco y fe ciega, a pesar de no saber si su invento al final sería vendible y útil para el mundo.

Descendí con las prisas de un caracol en hora punta. Una voz que me resultó conocido me llamó a mi espalda e hizo que megirase en dirección a los asientos del andén.

 —Pero… ¿Es posible? Si eres…

 —Trafalgar. Si señor…

 —Deja, deja. Nada de formulismos. Todo el mundo me dice Viur. ¡Qué alegría de verte! Venga ese abrazo, hombre. Desde la muerte de mi padre, de su asesinato, cierre y venta de todo lo que estaba a su nombre, no he vuelto a saber nada de nadie. ¿Cómo te va? ¿Trabajas en algo ahora?

 —Me jubilé cuando cerraron la fábrica. Sus abogados se encargaron de todo y me quedó una buena jubilación, por no mencionar una generosa indemnización. Lamenté mucho la muerte de su padre. También fue mala suerte que para una vez que decide coger el Metro… Un hombre brillante sin duda alguna y una gran persona, de eso no me cabe la menor duda. Una lástima que el último proyecto se quedará sin ver la luz. Habría sido un arma única que le habría llevado a la posteridad sin ninguna duda.

 —¿Un proyecto último? No se nada de eso. Que yo recuerde, el último fue un plegador de camisas. Todavía se sigue vendiendo. ¿Un arma dices? ¿Qué tipo de arma?

 —Según el diseño de su padre, se trataría de un arma de uso individual. Funcionaría mediante ondas de choque electromagnéticas, capaces de lanzar un golpe exacto al corazón de un sujeto desde dentro. Nada de balas ni de ruidos innecesarios —carraspeó— se cargaría en un simple enchufe o por un puerto USB. Así de sencillo y, a la par, así de complicado como puede imaginarse. Las fabricas armamentísticas «matarían» por un juguete así. Imagínese. Al no llevar tambor para balas ni tener

necesidad de estas, su peso sería mínimo. Un arma muy liviana, fácil de esconder, de ocultar a los escáneres de última generación, y cuyo uso final no dejaría rastro alguno. ¿Se encuentra bien?

 Las palabras de Trafalgar, aquél ex trabajador de mi padre, ahora jubilado, tuvieron en mí un efecto inesperado. Cambiamos nuestros números de teléfono, y acto seguido nos despedimos. Por la cabeza me rondaba una idea que tendría que madurar.

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