¿Dóde está Cursiva?

El Arca de Luis07/18/2025 Luis García Orihuela
  

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POSDATA Press | Argentina


Luis García Orihuela

Por Luis García Orihuela 


Hace días que nada va bien y el mundo parece se hubiera confabulado en mi contra, deseoso de contrariarme y de hacerme rabiar. Ahora me doy cuenta al mirar atrás que he tenido señales bien claras, y que no me daba cuenta de ellas. Sin ir más lejos, hoy mismo, cuando viajaba en el Metro como tantos otros días y, pasaba mentalmente revista a quienes estaban en el mismo vagón que yo, me he dado cuenta de forma definitiva de mi problema. Algunos pasajeros son, aunque personas distintas, los mismos todos los días, son arquetipos, personajes cíclicos que se repiten y perpetúan en cada trayecto. La mujer de mediana edad con cara de pájaro, ese tipo de rostro afilado, seco y con nariz incisiva de fosas apretadas, por supuesto la colección de anónimos, personajes anodinos empeñados en leer su libro en papel o en formato electrónico durante todo el trayecto. En una de las paradas que efectuamos sube el insustituible personaje con rostro de estudiante, vestido de cualquier manera con tal de que resulte reaccionario y contestarío socialmente su atuendo, y por supuesto, lo hace adentrándose como si lo hiciera en el patio de su casa, con una bicicleta que antes de bajarse habrá dejado las marcas del dibujo de sus ruedas a mas de uno de los que pasen cerca al entrar o salir. Ahí van las colegialas tan alegres y dispuestas a comerse el mundo, sin pensar que entonces deberán de callar para poder masticarlo. Todo el pasaje debe de enterarse, quiera o no, de sus últimas compras en la tienda de moda, así como de las futuras compras que han previsto realizar para más adelante. Sube otro joven en la siguiente estación, más alto, de venti algo años de edad, ataviado con una mochila a la espalda. Como el vagón ya está más que completo, se ha agarrado a la barra de sujeción que hay junto al acceso de salida. Parece haber olvidado del todo la mochila que lleva a la espalda, casi de seguro, cargada de libros; no así yo, que sentado junto a la misma barra a la que está agarrado, comienzo un extraño baile a modo de ritual para intentar adivinar sus movimientos constantes y evitar me de con ella en la cara. Deberían de prever esas cosas los que diseñan los vagones, pero seguro que ellos viajan en confortables vehículos de alta gama y ergonómico asiento. Para parapetarme de sus ataques mochileros me he decantado por agarrarme a la barra, poniendo esa cara de «lo hago para sentirme más seguro». Los que están sentados en frente mío me miran como quien está viendo un reality show televisivo, algo tipo El Show de Benny Hills. Los que llevan boina en la cabeza ni tan siquiera miran, emplean todo su tiempo en ajustársela en la cabeza, rascarse la mullida nariz de rasgos desafiantes, o pasarse la mano a contrapelo por la descuidada barba sin afeitar desde hace más de tres días. Faltaba algo en este vagón cuadro, pero ya ha subido: La señora con carrito de bebé. — es ese tipo de mamá que a la hora de comprar el carrito no encuentra en la tienda ninguno que le guste y que sea lo suficiente grande para sus necesidades, pues el niño que ahora llora y que luego grita dejándonos los nervios destrozados y las neuronas irreconocibles entre ellas, crecerá, cumplirá algunos años más y, se le quedará pequeño su trono de cuatro ruedas, más grandes que las de un coche utilitario. Cualquiera. Su madre no le oye gritar —está acostumbrada o ya la dejó sorda— intenta mover su medio carro de combate al ver que se congestiona y pone rojo como un tomate de las tierras murcianas. Resulta pesado en extremo con tantos bolsos, bolsas y bolsitas atadas y colgadas del agarre, y la sombrilla que sobresale por un lado y los juguetes y sonajero proporcionales en tamaño no ayudan en nada, pero al fin consigue salvar los escollos del pasillo al remontar por encima de los zapatos y botas de los que todavía estamos pensando si conseguiremos salir indemnes y volver a ver la luz del cálido sol del día. Al final, he conseguido acomodarme en el escuálido asiento. La nueva medicación que me recetó el médico me deja el estómago a rayas, algo así como si quisiera ir en una dirección y acto seguido cambiara de idea y empujara hacia otra parte, sin embargo, hacen que me sienta mejor y no me duela la cabeza. Hoy no veo nada interesante que me llame la atención. ¿Será por las pastillas? Lo comento en silencio con Cursiva, pero no me responde con ninguna de sus impertinencias al uso que me resultan tan habituales y a las que por otra parte me tiene tan acostumbrado. De hecho, ahora he caído en la cuenta de que desde que salí esta mañana por la puerta de casa no me ha dicho ni una sola palabra. ¿Cómo se me puede haber pasado por alto un detalle como ese? Parece imposible, y sin embargo, así ha sido. La he llamado, primero con el pensamiento, como siempre por otra parte, «¿Cursiva? ¿Estás enfadada?». Nada. «¿Estás ahí?»… Nada. Y de pronto, me he dado cuenta de que no se dónde es ese «ahí» en el que está, de que no se nada, pero sin embargo necesito de ella. Forma parte de mí y yo de ella, es como la piel que cubre mi cuerpo.

—¿Cursiva?

—¿Perdón? —Me interroga una chica separándose sus cascos rosas de la cabeza al pensar que hablo con ella— ¿Cómo dice?

—No, nada, no decía nada. Hablaba en voz alta, yo solo… Disculpe. «Doña entrometida».

—¡Ah! —Sin más, se sube los cascos y da por terminada la conversación.

ׂ«Cursiva, Cursiva, Cursiva… ¿Por qué me haces esto? ¿Hice algo que te haya molestado? Contesta… contesta. Regresa por favor».

—¡Apártese, vieja decrépita! ¿Acaso no está viendo que llevo prisa? ¡Circule!

No puedo dar crédito a mis palabras. Las he pronunciado yo sin duda alguna, es mi voz, pero sin embargo, yo no soy ese, ¿O si? No soy ese que increpa a la mujer vestida de negro y el rostro arrugado como una pasa madura olvidada entre los restos de la cena.

—¡Aparte! ¡Hágase a un lado o se nos hará de noche aquí mientras esperamos salir!

«Estoy siendo cruel. ¿Es posible no me conozca a mi mismo? Realmente soy así?».

La mujer se hace a un lado. Está asustada. Alguien que está cerca la defiende. Es otra mujer, pero mucho más joven.

—¡Será posible! Aparte de chiflado, maleducado. ¿A dónde iremos a parar con tanto loco suelto? Un día va a pasar algo…

«Cursiva, Cursiva…»

«He de ver a Freiberg de inmediato. Él sabrá que hacer. Él sabrá que hacer, seguro. Esto no puede estar pasando… No».

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