Bajo tierra y sobre memorias: los túneles que conectan Louisiana y Houston

Cartografía de lo invisible: túneles que narran

Cultura - Sucesos históricos07/21/2025 POSDATA Press
  

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POSDATA Press | Argentina

Hay estructuras que no solo conectan espacios, sino también estados del alma. En Houston, Texas, existe un sistema de túneles que se despliega bajo tierra como si la ciudad tuviera un doble fondo: más de diez kilómetros que vinculan bancos, oficinas, cafeterías y tiendas, formando una urdimbre de lo cotidiano en clave subterránea.

Este sistema nació en los años 1930 como respuesta al clima hostil del sur estadounidense, pero fue tomando forma de refugio simbólico. La necesidad de desplazarse sin exponerse al calor se convirtió en una oportunidad para construir un segundo paisaje, uno más silencioso, uno que invita a la introspección. Más de 80 edificios están unidos por estos pasadizos, pero lo más fascinante es lo que no se ve: la ciudad interior que pulsa sin semáforos ni ventanas, como si cada paso fuera también una pausa.

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En el edificio 1100 Louisiana —nombre que parece llamar desde otra geografía— el mapa de túneles se transforma en un laberinto poético. Allí, los restaurantes y comercios sin vitrinas sugieren una experiencia que no entra por los ojos, sino por la sensación de estar habitando el reverso de lo visible.

Louisiana, por su parte, alberga otro túnel emblemático: el Belle Chasse Tunnel, inaugurado en 1956 y que durante décadas fue el único túnel subacuático del estado. Impulsado por Leander Perez, un personaje controvertido que logró su construcción sorteando barreras legales, el túnel se convirtió en testigo del tránsito de miles de historias, algunas tan corrientes como profundas.

Arquitectos del subsuelo: de Horwitz a Lord

Si el subsuelo es territorio de lo oculto, también lo es de los visionarios. En los años 1930, el empresario Will Horwitz se convirtió en pionero del imaginario subterráneo cuando decidió conectar sus tres cines en el centro de Houston mediante túneles, inspirado por el Rockefeller Center de Nueva York. En lugar de limitarse a pasajes funcionales, construyó una experiencia: tiendas, una taberna alemana y hasta una galería de juegos componían su túnel, haciendo del tránsito una celebración. Para Horwitz, el subsuelo no era un escondite, sino un escenario alternativo —un espacio donde el arte y lo cotidiano podían respirar sin exposición directa.

Décadas más tarde, ese impulso de rescatar lo que se vive debajo del asfalto encontró eco en Sandra Lord, historiadora y guía apasionada que dedicó más de 20 años a narrar los secretos de los túneles de Houston. Sus recorridos no son turísticos, son rituales de memoria: convierte cada esquina en testimonio, y cada silencio en relato. Si Horwitz construyó el cuerpo del túnel, Lord le devolvió su alma.

Ambos, desde lugares distintos, entienden que los túneles no solo se trazan con concreto, sino con convicción, deseo de proteger, y necesidad de conectar mundos que suelen permanecer separados.

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Este túnel cerró en diciembre de 2023, pero su legado persiste como símbolo de las decisiones que se toman para evitar lo superficial, y también de las que se esconden bajo el agua —literal y metafóricamente.

Porque los túneles, más que simples soluciones urbanas, hablan de lo que decidimos proteger, comunicar o silenciar. De lo que sucede entre la superficie y lo profundo. De lo que un ser humano atraviesa en sus propios pasajes internos.

 

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