“El harén no era un jardín de placer: esclavitud sexual en el corazón del Imperio Otomano”

¿Qué historia nos quiere hablar hoy?22/09/2025POSDATA PressPOSDATA Press
  

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Durante siglos, el harén del Palacio de Topkapi fue retratado como un espacio de lujo, seducción y misterio. Las postales turísticas y las ficciones románticas lo convirtieron en escenario de fantasía orientalista, donde las mujeres parecían vivir entre almohadones bordados y fuentes de mármol. Pero la historia, cuando se investiga con rigor y se escucha con ética, revela otra verdad: el harén fue una institución de esclavitud sexual, legitimada por el poder imperial y sostenida por el silencio.

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En el siglo XVI, tanto hombres como mujeres, miembros de la familia imperial, recibieron el título de "sultán". El papel de la concubina real favorita comenzó a declinar en el siglo XVII y el título cambió a "Kadin" o "Haseki", que eran títulos que alguna vez estuvieron reservados para miembros menos prominentes de la familia real. Por lo tanto, solo la reina madre se llamaba "sultán" (Valide Sultan). Esto muestra su fuerza. Un hombre puede tener un número ilimitado de concubinas u odaliscas, pero solo una madre.

La historiadora Leslie Peirce, en su obra The Imperial Harem, desmonta el mito. El harén no era un capricho doméstico del sultán, sino un núcleo político donde se decidían alianzas, sucesiones y estrategias de Estado. Las mujeres que lo habitaban —en su mayoría esclavas traídas del Cáucaso, África o Europa del Este— eran seleccionadas por su belleza, obediencia o habilidades artísticas. Vivían bajo vigilancia extrema, en una jerarquía que premiaba la sumisión y castigaba el deseo propio.

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Los eunucos negros eran más de la primera categoría, mientras que los eunucos blancos eran más de las otras 2 categorías. Debido a la falta de órganos, los eunucos negros servían en el harén, mientras que los eunucos blancos servían más en las instituciones gubernamentales (y lejos de las mujeres). En el tamaño del Imperio Otomano, el número de eunucos que servían en el Seraglio (palacio) era de entre 600 y 800.

El ascenso social dependía de complacer al sultán y, sobre todo, de dar a luz a un hijo varón. Las que no eran elegidas podían ser aisladas, devueltas al anonimato o ejecutadas. Se documenta el uso de seda como método de estrangulamiento “real”, considerado más digno que otras formas de muerte. Algunos sultanes, al asumir el poder, ordenaban la ejecución de decenas —incluso cientos— de concubinas del harén anterior, para evitar disputas dinásticas. El cuerpo femenino era territorio de poder, moneda de legitimación, y a menudo, sacrificio.

Durante el llamado “Sultanato de las Mujeres”, algunas figuras como Kösem Sultan lograron ejercer influencia política desde el encierro. Pero incluso ellas operaban dentro de un sistema que instrumentalizaba el cuerpo y la maternidad como herramientas de control.

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Hoy, cuando el mundo combate la trata de personas y exige justicia para las víctimas de explotación sexual, mirar el harén sin romanticismo es un acto de reparación. Lo que allí sucedía —captura, compra, vigilancia, coerción sexual— responde a las mismas lógicas que hoy denunciamos como crímenes de lesa humanidad. Recordarlo no es condenar una cultura, sino honrar la memoria de quienes fueron silenciadas por siglos.

Desde Posdata, elegimos narrar con ética. Porque cada historia que se rescata desde el respeto y la verdad, es un gesto de justicia simbólica. Y porque el cuerpo de las mujeres —en cualquier época— merece ser nombrado desde la dignidad, no desde el deseo ajeno.

 

Fuente: POSDATA Press / Fotografìas y data: https://roxelanahurrem.blogspot.com/

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