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POSDATA Press | Argentina
Hay colores que no solo iluminan, sino que advierten. El amarillo, por ejemplo, ese que aparece entre el rojo y el verde en los semáforos, no siempre estuvo ahí. Alguien lo pensó, lo inventó, lo colocó en medio del tránsito para que el mundo pudiera detenerse un segundo antes del desastre. Ese alguien fue Garrett Morgan, un hombre afroamericano que entendió que la pausa también puede salvar vidas.
Morgan nació en Kentucky en 1877, hijo de padres esclavizados. Su educación formal terminó en sexto grado, pero su curiosidad no. Se mudó a Ohio, trabajó reparando máquinas, fundó una sastrería, un taller de reparación y hasta un periódico propio: el Cleveland Call. Era inventor, empresario y líder comunitario. Y sobre todo, observador.
En una época en la que los autos comenzaban a multiplicarse y las calles se volvían un caos, Morgan presenció un accidente brutal en una intersección. Fue ese momento el que lo llevó a diseñar un semáforo de tres tiempos. No solo rojo y verde. Él agregó el amarillo: ese instante intermedio que nos obliga a decidir, a mirar, a frenar. Su diseño original era un poste en forma de “T” con tres brazos que se levantaban para indicar “precaución”. Patentó el invento en 1923, y poco después lo vendió a General Electric por 40.000 dólares.
Pero Morgan sabía que su piel podía ser un obstáculo. En una sociedad profundamente segregada, muchos compradores blancos se negaban a hacer negocios con inventores afroamericanos. Así que ideó una estrategia audaz: enviar representantes blancos para vender su invento, ocultando su autoría en las primeras negociaciones. Fue una maniobra que le permitió introducir su semáforo en ciudades clave, antes de que su nombre saliera a la luz.
Y lo logró. Su semáforo no solo fue adoptado en Estados Unidos, sino que se convirtió en modelo internacional. ¿Qué significó eso para la sociedad? Una transformación silenciosa pero radical. El tránsito dejó de ser una amenaza constante. Las ciudades comenzaron a organizarse. Se redujeron los accidentes, se protegieron peatones, se dio tiempo a la pausa. El amarillo que Morgan imaginó no era solo una luz: era una herramienta de cuidado colectivo.
Su invento marcó el inicio de una nueva cultura urbana, donde la tecnología podía regular el caos y ofrecer seguridad. Fue una forma de decir: aquí hay un límite, aquí hay una oportunidad de decidir. Y aunque su nombre fue borrado de muchas placas, su gesto sigue encendido en cada esquina del mundo.
Aunque solo tuvo educación primaria, Garrett Morgan nunca dejó de aprender, primero contratando a un tutor cuando se mudó a Ohio y luego durante el resto de su vida leyendo y experimentando con la práctica. Probablemente estaría feliz de saber que un siglo después de su invención, las reacciones al rojo, amarillo y verde son casi una segunda naturaleza para la mayoría de los estadounidenses mientras están sentados al volante de sus automóviles. Un gran legado para alguien que tuvo que dejar la escuela a los 14 años.
Recordar a Garrett Morgan no es solo contar la historia de un semáforo. Es reparar una memoria. Es reconocer que detrás de cada pausa hay una estrategia, una resistencia, una forma de cuidar. El amarillo que hoy nos advierte también puede ser símbolo de esa pausa necesaria para mirar atrás, honrar lo invisibilizado y seguir adelante con conciencia.
Fuente:POSDATA PRESS| https://gratitudeforamerica.com
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