
POSDATA Digital Press | Argentina
El doctor Benavides entró acompañado de La Asesina poco después de que me hubieran retirado la bandeja con los restos del desayuno. Shin, cumpliendo su palabra dada, se encontraba sentada a un lado de la cama. Reía de una broma que le había gastado, cuando entraron todo ceremoniosos, embutidos en sus cotidaneos atuendos y, plenos de sonrisas en sus sendas bocas. El doctor debía de llevar prisa por ser sábado, quedaba claro que la celeridad de sus acciones no es que fueran precisamente por poder atender a más pacientes, es más, no había aglomeraciones en el hospital para ser atendidos, todo lo contrario, más bien. Los pasillos se encontraban vacíos a esas horas en que lo normal sería estuviesen bastante llenos de enfermos y visitantes, pero no era así, ya que muchas de las habitaciones se encontraban vacías a aquellas horas del sábado.
Después de un falso saludo estudiado con guisos de cariñoso, me dijo directamente que mi ojo dañado ya no lo estaba, y que todas las pruebas de visión habían dado resultados positivos, tras lo cual me dejó la hoja del alta médica del hospital sobre la mesilla y se despidió sin más, seguido de cerca por La Asesina que cerró la puerta al salir tras él.
Shin colaboró con el empaquetado de mis cosas, que no eran muchas, y salimos juntos a la calle, la libertad y el verdor del jardín que había vislumbrado durante los días de mi estancia en el hospital desde la ventana de mi habitación. Todavía no eran las doce del mediodía y ya estábamos de camino a mi casa. Shin me bromeó preguntándome si tomábamos el Metro. «Para nada. Iremos en taxi como los blancos» le contesté intentando poner voz de jefe indio. Estaba contento por primera vez en mucho tiempo, puede incluso que simplemente por primera vez. Cierto era que echaba en falta la siempre impertinente voz de Cursiva martilleando mi cabeza las más de las veces, pero después de haberme regulado en el hospital mi medicación con nuevas pastillas durante mi estancia, aquella parte de mi había quedado atrás, si bien, es cierto, que gracias también a la diaria presencia de Shin. ¿Era mi novia? Nunca habíamos hablado sobre ello, quizás por darlo por descontado o innecesario, aunque en mi caso, llevado por un cierto temor a escucharle decir que tan sólo éramos unos buenos amigos y nada más.
El trayecto en el taxi lo hicimos ambos en silencio, cada uno sumido en su mundo, pensando en nuestras cosas, quizás en cómo llegaría a cambiar nuestra vida la relación entre ambos que habíamos iniciado casi sin apenas habernos dado cuenta. Atrás quedaba ahora el viejo Viur y sus monólogos camuflados con Cursiva. El suceso que había dado paso a la crisis sufrida de sentir a Freiberg en el lugar de Cursiva y a esta en su consulta convertida en una insinuante Marilyn, había pasado y quedado en cierto modo en el olvido. De una u otra manera estaba convencido de que nunca serían las cosas igual, y que mi vida por lo tanto cambiaría necesariamente de rumbo.
Nada más detenerse el taxi a la altura de mi casa, Shin quitándose los cascos con un gesto desenfadado, abrió su portezuela y salió fuera como sí se hubiese tratado de una joven pantera escapando ágil y presurosa de su voluntario cautiverio. En un gesto que pensé le resultaría entrañable con el paso del tiempo cuando lo recordase —o lo recordásemos los dos juntos — le pasé las llaves de la entrada, no sin antes evocar una reverencia de esas cinematográficas tan exageradas y elocuentes en los ambientes de las cortes parisinas de antaño. Crucé tras ella, (abrió con una pasmosa facilidad que me dio hasta vergüenza ajena). Era como si llevara toda su vida haciéndolo, lo mismo que si fuera su propio domicilio. Allí, a escasos dos metros de la puerta, me quedé helado y apunto de caerme al suelo. Las piernas me temblaron ajenas a mi voluntad, y fue entonces cuando Shin, que se había aventurado hacia el interior sin reparar en mi, se giró a tiempo de verme palidecer y escuchar como decía «Dios mío. Ahora lo entiendo todo».
Imagen de portada: creada exclusivamente por posdata con AI para El Arca de Luis

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